Leyendas y arquetipos del Romanticismo español
Leyendas y arquetipos del Romanticismo español, de Robert Sanders, alcanza su segunda edición como contribución a tener muy en cuenta entre las ofertas de OTL. En primer lugar, decimos esto por ser aún la oferta en español que ofrece este portal limitada. En segundo, lo decimos también por brindar un programa de lecturas muy de agradecer, en el que, bajo el paraguas teórico de los arquetipos, nos encontramos un elenco de autores de primer orden (canónicos, añadiríamos), tales como Cadalso, Fernán Caballero, Espronceda, el duque de Rivas, Zorrilla, Bécquer y Valle-Inclán, a los que se añaden voces de menor alcance, como puedan ser las de las escritoras Josefa Ugarte Barrientos y Julia de Asensi, engullidas por la historia para el común de los mortales.
Tras definir arquetipo como “un modelo o idea original que se manifiesta con variaciones en muchos contextos” (VI), ya sea “un concepto, una imagen, un objeto, un rito, un acto, una situación, un mito, un personaje u otro patrón mental” (VI), Sanders echa preceptiva mano de Carl Jung para apuntalar la razón de ser de la problemática que se apresta a abordar: “[e]l arquetipo es un proceso mental colectivo –del grupo humano—que opera a nivel subconsciente” (VI). Fijada la conexión entre arquetipo y leyenda, señala a continuación los arquetipos más reconocibles; a saber, el rebelde, el donjuán, la virgen, la novia muerta y la celestina, advirtiendo cuando es menester del origen no romántico de alguno de ellos, como puedan ser el donjuán, la virgen y la celestina. Quizás donde menos firme se nos presente la introducción sea al abordar las definiciones de leyenda y tradición, pues a esta la define como "artefacto histórico” y “elaboración literaria” para separarla de aquella, a la que no obstante fija como inspirada “en la memoria oral”, aunque incluya “elementos y técnica que el escritor o escritora ha añadido por un efecto estético” (VII).
En el apartado "Arte y sociedad del siglo XIX en España", se abre destacando un dinamismo para España que convendría cuestionar algo más. Creo que no contribuye a la fidelidad histórica caer por lugares comunes, obviando la realidad histórica que dicta que, a mediados del s. XIX, la ciudad más industrial de España era Málaga. Que con posterioridad se abrieran una serie de procesos que mutarían de cuajo esta realidad es harina de otro costal, en efecto. (Otro cuestionable desbarajuste histórico aparece al nombrar los territorios que se independizan en la primera mitad del s. XIX de España –XVII-XVIII.)
No creo que se puede hablar de libro obsoleto en un buen tiempo, tratándose como se trata de una monografía sobre el s. XIX español. A efectos prácticos, el libro resulta especialmente recomendable para afrontar un curso monográfico de nivel subgraduado avanzado (400) sobre el romanticismo español, pero podría ser igualmente de gran valía para un curso general sobre el XIX español, pongo por caso, e incluso como uno de los textos fundamentales para un curso de más amplio espectro, como puedan ser aquellos dedicados a la introducción de la literatura peninsular.
En la introducción se echaría en falta un hilvanado previo de los materiales que se consignan, pues manifiestan una relativa dispersión. Sanders comienza resaltando el lirismo y la subjetividad románticos (individualismo, originalidad, rechazo al mundo moderno, constitución de una identidad nacional…), deteniéndose en especial en la novela gótica, aunque no se ejemplifique su presencia en España (habría que ver el trabajo reciente de Mirian López Santos). Pasamos a continuación al Posromanticismo, movimiento que data entre la publicación del Don Juan (1844) y la muerte de Bécquer (1870). Saltamos de aquí al costumbrismo y al Modernismo (habría que ser consistente en la capitalización), ofreciéndose entre ambos un cuadro ilustrativo de todos los movimientos culturales que se analizan. En su pedagógico afán de parangonar con obras y autores de otras latitudes, anota aquí Sanders lo siguiente: “La obra Modernista más conocida por los estudiantes estadounidenses es probablemente Versos sencillos de José Martí; algunos de estos versos constituyen el cuerpo de la canción popular Guantanamera, de Joseíto Fernández” (X). Sigue a continuación la mención a realismo y Naturalismo (¿capitalización?), destacando en ambos casos sus características formales y temáticas, así como sus ejemplos más representativos, tanto en español como en francés o inglés, resaltándose por último la preferencia de cada uno de estos movimientos por los géneros literarios. Esta sección concluye con una vuelta de tuerca generalizadora, que destaca para el XIX la tensión entre “la tendencia romántica y la realista” (XII).
De forma reiterada, cada nuevo autor/a es introducido con unas ilustrativas notas sobre vida y obra. Otras características comunes a todos los textos serán la inclusión de certeras ilustraciones (como puedan ser “El sueño de la razón”, de Goya, o el grabado de la edición de 1797 del poema Night-Thoughts de William Blake, entre las correspondientes a Cadalso, siendo patrón fijo, por lo demás, la inserción de grabados o cuadros de los autores como cabecera). Destacaría asimismo de la edición las notas laterales o a pie de página de vocabulario o expresiones. Siempre al final de cada texto, se insertan una serie de preguntas, tanto de comprensión como para favorecer la discusión. No falta la aportación de la bibliografía consultada en cada caso. En este sentido, la edición es sólidamente consistente. (Si acaso, destacaría como extraña la ausencia de Larra de entre los seleccionados.)
Tras la ya reseñada introducción (en la que destacaría por igual un apartado dedicado a Goya), el libro resulta divisible de acuerdo a los autores que se recopilan. Nada que objetar al respecto. Como detallo en el apartado 7, quizás se podría señalar un desequilibrio entre las obras que se ofrecen de cada autor, que van de las cuatro para Espronceda a solo una en otros casos, si bien este desfase pueda siempre justificarse en función del uso de los arquetipos que teóricamente selecciona las obras. La inclusión de Valle-Inclán es quizás la menos justificada de entre todas.
Al pre-romántico Cadalso y sus Noches lúgubres corresponde magistral la obertura de textos seleccionados. Le sigue Ángel Saavedra, más conocido quizás como duque de Rivas, del que Sanders nos ofrece “Una antigualla de Sevilla”, uno de los romances históricos pergeñados por el autor como medio para fijar una pintura propia de su entorno, al modo que recogería Ignacio Boix en Los españoles pintados por sí mismos (1843-1844) (21). De Fernán Caballero se nos ofrece “La hija del Sol”, leyenda que encarna perfectamente el ideal religioso y conservador de la autora y, mayormente, del romanticismo español. Del extremeño Espronceda nos ofrece Sanders un nutrido muestrario, lo que contrasta quizás con lo seleccionado para el resto de autores. Comienza con el poema “El verdugo”, afín en temática y espíritu a otros poemas más conocidos del autor, como puedan ser “A Jarifa en una orgía” y “La canción del pirata”, que también se incluye; asimismo, Sanders selecciona con tino el ensayo “Libertad. Igualdad. Fraternidad”, de 1836, que nos brinda, más allá del placer que proporciona su lectura, una buena muestra de ese otro romanticismo jacobino; concluye con el célebre El estudiante de Salamanca (1837-40).
La primera pieza teatral que encontramos es Don Juan Tenorio, uno de esos clásicos inexcusables que encuentra justo acomodo entre los seleccionados. Lo mismo cabría decir de Bécquer, del que se nos ofrece cuatro leyendas, “La cruz del diablo”, “El monte de las ánimas”, “Los ojos verdes” y “El miserere” (1860-1862).
Abro párrafo para las siguientes autoras que encontramos, cronológicamente hablando, en el texto. Al ser no tan conocidas como el resto de autores seleccionados, me parece pertinente detenerme en ellas algo más. La primera de ellas es Josefa Ugarte Barrientos (1854-1891), malagueña de verso fácil, pues algunos de sus romances sobrepasan las cuatrocientas páginas. En ese afán de re-construcción nacional que es propio del romanticismo (tardío, en este caso, 1874), Ugarte destaca por su interés en la llamada literatura de frontera, cuyo mejor exponente sea quizás la historia del Abencerraje y Jarifa. De esta guisa es el texto que se nos destaca, “El sacristán del Albaicín” (1874), un poema narrativo que destaca por su aprecio de la belleza mora, aunque sea igualmente justo subrayar la general “preeminencia del cristianismo” (226). Con todo el respeto, me parece justo advertir que la lectura de la poesía de Ugarte es recomendable desde una perspectiva histórica; no diría lo mismo, sin embargo, si la perspectiva es literaria. Julia de Asensi (1859-1921) es la segunda de las autoras en que me detengo. Madrileña, dedicó parte su legado literario al lector más joven, siendo, por lo general, autora de “una fuerte preocupación social” (251), imbuida del fuerte catolicismo que comparten las tres autoras incluidas en la selección. El texto seleccionado, “El encubierto”, es históricamente apetecible, más de fantasmagórica lectura. Como viene siendo costumbre, este tardío romanticismo mira a un pasado pre-Austria, en este caso, a la conocida como revuelta de las Germanías (el equivalente popular de la comunera que sucumbiera en Villalar, en 1521) para trazar una historia nacional absolutistamente esquiva.
El último autor que topamos es Valle-Inclán (1866-1936), del que se nos ofrece “Rosarito”. Así justifica Sanders la decisión de dar cabida a Valle en su monografía: “la trama se organiza alrededor de la llegada de un donjuán que evoca los de Espronceda y Zorrilla. La temática tiene mucho en común con las leyendas románticas de la época, pero tanto el desenlace como los aspectos formales de la obra se distinguen del Romanticismo” (270).
No he detectado aquí problema alguno.
Como ya he indicado, habría que ser consistente con la capitalización, tanto para movimientos culturales ("Ortografía académica") como para referencias bibliográficas.
Ya he indicado arriba que el libro de Sanders es una muy buena herramienta para acceder a algunos textos claves del s. XIX español. Por lo demás, las páginas introductorias serían una sólida guía para afrontar el estudio del romanticismo, con independencia de territorios e incluso de lenguas. En último lugar, por acoger la obra de dos autoras poco conocidas y accesibles aun en menor medida (queda fuera de este criterio Fernán Caballero), sus páginas sostendrían por igual una aproximación parcial al estudio de la literatura en español escrita por mujeres.